Décadas de omitir algunos hechos y retorcer otros tantos para cuadrar convenientemente el mensaje victimista han conseguido el sustrato suficiente para que el nacionalismo sobreviva, mande y mute en separatismo o que, como en el caso vasco, sirva de justificación para el asesinato, incluso si se trata de niños.
Visto el éxito, la izquierda, que también suele salir beneficiada de ese relato de buenos y malos (qué más da de qué momento de la historia se trate), descarta ya cualquier sutileza y en el currículo de historia de la Ley Celaá prescinde del tiempo y del
espacio para colocar los hechos que más favorecen a su ideología (una cosa así como un wokemarxismo en plan charla TED) agrupados, no ya en edades (Antigua, Media, Moderna, Contemporánea), ni marcados por los hitos básicos de la historiografía occidental, sino diseminados en epígrafes como “la desigualdad social y la disputa por el poder”, “la familia, el linaje y la casta” o “el papel de la religión en la organización social” (ya se imaginarán el enfoque).