¿Y la identidad? Confieso mi reserva ante las grandes palabras e “identidad española” es una de ellas. En todo caso, es innegable que la convivencia, el trato repetido, los trasiegos económicos y poblacionales, acaban llevándonos a reconocernos en ciertas coincidencias, usos y costumbres. Por las mismas razones por la que recalamos en un “buenos días” o un “adiós”, porque facilitan los tratos, por una simple economía de coordinación. Equilibrios de Nash, que dicen en teoría de juegos: nos entendemos y salirse unilateralmente de las reglas no sale a cuenta. Como conducir por la derecha. Nada más –y nada menos—que un subproducto de lo que importa: la convivencia prolongada entre ciudadanos. Pero eso no es la meta, lo que hay que cultivar, sino lo que simplemente sucede mientras hacemos otras cosas, lo decisivo, la vida. No es un problema, porque no hay problema en ser lo que siempre se acaba por ser. De momento, España.