Juergen B. Donges: un sabio económico de los que ya no quedan

El profesor Juergen Bernhard Donges (80 años) se ha marchado de este mundo de la misma forma como fue en vida: discreto, sin estridencias, serio y riguroso. Sólo bastaba una breve conversación para darse cuenta de que no estabas ante un economista que te dice lo que quieres oír, ni tampoco aquello que más amigos le podía generar. Un economista no está para esas cosas. Como escribió en cierta ocasión el Nobel James Buchanan, «los economistas deberían asumir su responsabilidad básica; deberían, al menos, tratar de conocer el tema que manejan» (What Should Economists Do?, Indianapolis, Liberty Press, 1979). Precisamente, en esta línea, el profesor Donges era uno de los escasos exponentes que quedaban del más puro y sentido estricto de la ‘economía política’: la intersección entre la economía, el papel del Estado y el ejercicio de la política.

Perteneciente a una generación de economistas de enorme importancia para entender la construcción de la Unión Europea, la reunificación alemana y la Unión Monetaria, alemán de Sevilla y siempre comprometido con España, el profesor Donges desarrolló una intensa carrera académica pero siempre con perspectiva aplicada, liderando diferentes grupos de trabajo, consejos de expertos y laboratorios de investigación, en los cuales desarrolló trabajos que han sido referencia para Gobiernos, reguladores, Bancos Centrales e instituciones multilaterales.

Donges hacía uso de dos herramientas características de un buen economista: el rigor en sus planteamientos y una fina ironía

Durante años, una parte sustancial de los papeles económicos que llegaban a los despachos relevantes tanto del sector público como del sector privado en Europa provenientes de Alemania tenían dos sellos inconfundibles: el del Instituto IFO, comandado muchos años por otro de los economistas más importantes de Europa como Hans-Werner Sinn; y del Instituto de Política Económica de la Universidad de Colonia, dirigido por el profesor Donges. En todos sus trabajos y manifestaciones públicas, Juergen B. Donges hacía uso de dos herramientas características de un buen economista: por un lado, el rigor en sus planteamientos y, por otro lado, una fina ironía que entronca con la mirada que los economistas clásicos tenían, especialmente Adam Smith. Esto le servía para desmontar con rapidez y lucidez modelos erróneos de política económica, surgidos de la unión entre ideas supuestamente novedosas y trascendentales con ideas técnicamente muy pobres, rozando con la mezquindad.

Conforme ha ido pasando el tiempo, el beneficio a muy corto plazo de tomar medidas aparentemente brillantes pero que termina teniendo un enorme impacto negativo sobre la economía a medio plazo, ha superado con creces el coste explícito de este tipo de modelos económicos fantasiosos, a lo que se suma el coste de oportunidad de no acometer las reformas que son necesarias.

No son muchas las ocasiones a lo largo de la Historia en las que se pone por delante como objetivo de país un programa ambicioso de reformas estructurales, aunque esto comporte un coste electoral o la necesidad de gestionar los costes a corto plazo de los grandes cambios económicos. La gran crisis estanflacionaria de los setenta dio paso a dos décadas de intensas reformas en los países occidentales, empezando por Reino Unido y Estados Unidos, continuando por los países nórdicos, España y en el paso de los noventa al nuevo siglo, Alemania. Allí estaba el profesor Donges a la cabeza del Consejo de Expertos Económicos. Bajo un Gobierno socialdemócrata y con el concurso de las diferentes fuerzas sociales, se hicieron las reformas necesarias que permitieron a Alemania romper los corsés económicos que impedían que la productividad creciera, el ahorro aumentara y, con ello, la inversión, el crecimiento económico y la creación de empleo con altos salarios.

Trascendió el debate de las ideologías, situándose siempre sobre la economía práctica

Rara vez el profesor Donges hablaba de ideologías, sólo cuando tenía que recriminar a un gobernante, a un banquero central o a un político su cerrazón en determinados aspectos sobre los cuales sólo aplicaba una concepción ideológica. Probablemente uno de los primeros economistas que trascendió el debate de las ideologías, situándose siempre sobre la economía práctica, demostrando que es posible desarrollar altos niveles de bienestar bajo una economía de mercado, sujeta a las reglas de la competencia, la transparencia y la rendición de cuentas. Éste es el camino que países como España deben reemprender cuanto antes. Las grandes crisis (la estanflación de los 70, la indisciplina alemana en 2005 con Maastricht, la gran recesión de 2007 o la pandemia actual) son los momentos propicios para acometer profundas reformas. Pero para hacer esto, un elemento no menor es el tipo de élites políticas que haya en cada momento, cosa de la que muchos economistas teóricos no se ocupan, pero sí lo hizo el profesor Donges.

Tuve la suerte de tratar en diferentes ocasiones con el profesor Donges: como estudiante de Económicas, al principio de mi carrera profesional y hasta prácticamente unas semanas antes de su fallecimiento. Siempre dispuesto a echar una mano, me brindó siempre un trato extraordinario y, como sucedía cada vez que estaba a España, mostraba su interés sobre lo que ocurría en el país. Precisamente uno de los últimos intercambios con él fue su adhesión entusiasta al proyecto de «La España que Reúne», una casa común de socialdemócratas y liberales, en la que perseguimos algo similar a la impagable labor que gobernantes y expertos como el profesor Donges llevaron a cabo en Alemania en la transición hacia el siglo XXI.

Artículo de  Javier Santacruz publicado en El Economista.

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