La pandemia franquista

En este país hay acontecimientos que lo mismo valen para un roto que para un descosido; y además, como todo el mundo sabe, el que tiene padrinos se bautiza. Es lo que está pasando con la epidemia de poliomielitis que expandió esta enfermedad durante las décadas de 1950 y 1960 –lo mismo, por cierto, que pasó en los otros países europeos– y con el franquismo. Desde el año pasado ha venido circulando, preferentemente en la prensa digital y los blogs de la izquierda, la especie de que los afectados por esa enfermedad fueron abandonados en España por las autoridades sanitarias, hasta el punto de que ha llegado a hablarse de una auténtica «pandemia franquista». La campaña habría pasado desapercibida si no fuera porque sus mensajes han encontrado reflejo en el Boletín Oficial de las Cortes, que el 30 de agosto publicó el proyecto de Ley de Memoria Democrática, en el que una disposición adicional ordena al Gobierno establecer «la verdad de lo acaecido respecto de (sic) la expansión de la epidemia (de poliovirus) durante la dictadura franquista». Naturalmente, también habla esa disposición de medidas sanitarias y sociales para los afectados y de la colaboración en ellas de sus «entidades representativas». Vamos, que huele a pasta para repartir; y cuando eso pasa proliferan las oportunistas asociaciones de sufrientes. La memoria democrática amplia así el elenco de víctimas del franquismo desde el terreno político al sanitario, lo cual abre la puerta a otros posibles ámbitos subsidiables.

Llama la atención este asunto porque, en España, la creación de los primeros Centros de Lucha contra la Polio datan de 1947; cuatro años más tarde se organizó el Servicio contra la Parálisis, con sus pulmones de acero, en el Hospital del Niño Jesús; y algo más adelante se establecieron los estudios de fisioterapia para enfermeras justamente para tratar la polio. A su vez, las vacunas Salk (1955) y Sabin (1962) estuvieron disponibles dos y un año después de su autorización. Las campañas masivas de vacunación se organizaron desde 1963. La erradicación de la enfermedad tuvo que esperar a 1999, tres lustros después de la muerte de Franco.

Columna de Mikel Buesa publicada en La Razón

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