Los cortes en la Meridiana como metáfora

«Es fácil advertir la similitud entre lo que viene ocurriendo en la Meridiana y lo que está padeciendo Cataluña en su conjunto»

Los hechos.

Como los barceloneses saben muy bien, un grupúsculo está interrumpiendo cada día la circulación de una de las principales arterias de la ciudad, la Avenida Meridiana, desde hace catorce meses (con el único intervalo de las semanas de confinamiento severo). Su reivindicación es la liberación de los que llaman presos políticos, es decir de los cargos de la administración catalana que intentaron subvertir el orden constitucional en 2017. Empezó como un grupo numeroso, pero se ha ido convirtiendo en caricatura hasta reducirse casi a la nada. Para unos, son como los últimos de Filipinas, un puñado de héroes resistentes. Para otros, especialmente los vecinos, son una maldición que les roba horas de trabajo o de descanso, que les enerva o que perjudica sus negocios.

Aunque ha habido conflictos y alguna vez se ha llegado a las manos, los vecinos y los usuarios de la vía aceptan con mucho enfado, pero con resignación, esa situación como una calamidad irremediable, paralela a la que asola a Cataluña en su conjunto desde hace ya demasiado tiempo y también sufren con impotencia. Últimamente, agotada su paciencia, han decidido responder a las concentraciones con su presencia física y se han agrupado bajo el nombre de Meridiana sin cortes para contramanifestarse en el mismo lugar (sin interrumpir el tráfico).

La metáfora.

Es fácil advertir la similitud entre lo que viene ocurriendo en la Meridiana y lo que está padeciendo Cataluña en su conjunto. Una minoría utiliza y retuerce los derechos democráticos como argucia para violentar a la mayoría y causarle molestias, daños y perjuicios con el fin de doblegarlos a que accedan a sus propósitos. La libertad de expresión o el derecho de manifestación de los elegidos, contra el de libre circulación de la mayoría; el inexiste derecho de autodeterminación, contra todos los demás derechos ciudadanos. Si es preciso, llevando incluso Cataluña a la ruina. ¿Sienten algún rubor por las pérdidas millonarias que han producido en los negocios de la ciudad? ¿Acaso sienten alguno los líderes políticos por hacer perder incesantemente a Cataluña estatus económico y prestigio internacional (mientras se suben el sueldo sin cesar, cualesquiera que sean las condiciones generales)?

Para ello, cuentan con la complicidad de los poderes públicos, tanto los que dependen de la Generalitat como los que controla el Ayuntamiento (aquí, en la Meridiana, la alcaldesa Colau ha abandonado una vez más su hipotética e hipócrita equidistancia). El penúltimo episodio de esta connivencia (véanlo en El Catalán y en Libertad Digital) demuestra palpablemente hasta qué punto las autoridades catalanas no están interesadas en absoluto en el bien común. También en esto se ve el paralelismo. El Estado, por supuesto, ni está, ni se le espera.

Lo que podría entenderse como una imagen ultrademocrática, la fuerza pública amparando la libertad de manifestación de una minoría, es en realidad lo contrario, una minoría muy poderosa utilizando las instituciones, solapada o abiertamente, según la ocasión, para violentar ilegítimamente los derechos de todos en beneficio de sus intereses espurios. Porque es, sin duda, legítimo aspirar a la separación, pero no lo es tratar de conseguirlo forzando la Ley democráticamente establecida ni, por tanto, querer impedir que los que lo han intentado reciban el castigo establecido con arreglo a la Ley y con las debidas garantías. Y todo siempre teñido de democracia, la palabra más prostituida por el nacionalismo separatista; la que ha servido (y sirve) para transmutar, de cara al exterior, lo que es un movimiento secesionista minoritario en una justísima reivindicación de un pueblo oprimido.

El conjunto de los catalanes, como se ha dicho, sufre calladamente esta situación. Unos, porque aprueban la reivindicación, otros porque se dejan llevar por la corriente, otros por lo que podríamos llamar el complejo de Michael Jackson (ya saben el negro que quiso desesperadamente ser blanco). Estos últimos tratan de hacerse perdonar el “pecado” de molestar a los señores por su misma presencia, por el color de su piel, por la lengua que hablan o por su origen, tan impropio como su lengua. Pecado que les hacen sentir palpablemente las clases acomodadas con su desprecio supremacista (són gent de fora).

Barcelona tiene tres grandes vías de acceso: por el Sur (Gran Vía), por el Suroeste (Diagonal) y por el Norte (Meridiana). ¿Acaso no es una metáfora en sí misma la elección de la Meridiana? Es la que atraviesa los barrios más humildes de Barcelona. Los pijos que cortan la calzada no quieren molestar a sus amiguetes.

Confiemos en que la aparición de Meridiana sin Cortes conserve igualmente este carácter metafórico y sea vaticinio de lo que nos cabe esperar en un próximo futuro: la reacción de la mayoría silenciada que nos permita quitarnos de encima la mosca cojonera del procés. Las próximas (?) elecciones deberían constituir el primer paso. Es posible que estemos asistiendo a los primeros síntomas serios de debilidad entre los secesionistas. El intento de suspender las elecciones y la campaña de no votar por correo son muestra de miedo. Saben que, si se moviliza el electorado están condenados a perder.

¡No desperdiciemos esta oportunidad! ¡Acudamos a votar! ¡Acabemos con los cortes en la Meridiana y con las intentonas golpistas!

Artículo de Antonio Roig publicado en elCatalán.es

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