Newsletter 18 de»La España que Reúne»

Como casi siempre sucede, las grandes crisis se producen de manera inesperada y, como casi siempre también suele suceder, los políticos que las tienen que gestionar piensan que son transitorias y con efectos localizados en el corto plazo. Este patrón de conducta común observado a lo largo de las últimas décadas, parece volver a repetirse en la situación actual, donde tras la crisis COVID-19, varios países productores de materias primas críticas están usando su poder de mercado para fortalecer su posición geopolítica, restringiendo la oferta (en un momento de debilidad por el agotamiento de los inventarios en Europa tras los confinamientos y restricciones de la actividad económica) y, en consecuencia, provocando un incremento extraordinario de los precios energéticos y alimentarios.

Este escenario tiene profundas consecuencias políticas, no sólo por las decisiones que los gobernantes toman (por ejemplo, decisiones disparatadas como acusar a las eléctricas de percibir unos beneficios extra que en realidad no existen) sino, muy especialmente, por todo lo que no se ha hecho en los últimos años y por gestos que se han hecho, que podrían parecer inocentes, pero que a la larga tienen una respuestaEs el caso de la política exterior de España con uno de sus principales proveedores: Argelia.

Sin llegar (afortunadamente) al extremo al que sí han llegado Alemania y la mayor parte de los países centroeuropeos con Rusia, España se ha ido haciendo cada vez más dependiente del gas. Aunque en los últimos años se ha ganado diversificación en los proveedores incorporando a Estados Unidos desde 2016 transportando gas licuado en barcos, Argelia sigue siendo nuestra principal fuente de gas, lo cual exige de un trato preferencial que, de haberse producido, hoy sí estaría plenamente garantizado el suministro de gas antes de que entre el invierno.  

La visita del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, se produce tras años de dejadez en las relaciones con Argelia y tras haber roto varios equilibrios complejos que España siempre había tenido con Argelia y Marruecos. El cierre del gasoducto con origen Argelia y destino España vía Marruecos (todavía queda el gasoducto principal del Mediterráneo) es de una enorme importancia y es difícilmente sustituible en condiciones de mercado como las actuales de una adversidad alarmante (tanto en el contexto internacional como con las medidas regulatorias puestas en marcha por el Gobierno que han merecido la unanimidad de las críticas de las casas de análisis internacionales).

En vez de pedir en la Unión Europea una compra conjunta de gas (lo cual equivale a ser más dependientes de Rusia), el Gobierno español debe concentrar los esfuerzos en diversificar al máximo las fuentes de energía, acabar con la inseguridad jurídica retirando las últimas medidas tomadas y, al mismo tiempo, recomponer en fondo y forma las relaciones en el norte de África, especialmente Argelia.

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