Como casi siempre sucede, las grandes crisis se producen de manera inesperada y, como casi siempre también suele suceder, los políticos que las tienen que gestionar piensan que son transitorias y con efectos localizados en el corto plazo. Este patrón de conducta común observado a lo largo de las últimas décadas, parece volver a repetirse en la situación actual, donde tras la crisis COVID-19, varios países productores de materias primas críticas están usando su poder de mercado para fortalecer su posición geopolítica, restringiendo la oferta (en un momento de debilidad por el agotamiento de los inventarios en Europa tras los confinamientos y restricciones de la actividad económica) y, en consecuencia, provocando un incremento extraordinario de los precios energéticos y alimentarios.