Pero el privilegio de la victimización fomenta incentivos perversos. Este giro cultural explica que los ofendidos se hayan constituido como una nueva identidad colectiva que se permite, por ejemplo, pedir la cabeza de un veterano escritor por sentirse agredida por sus columnas.
Es evidente que Félix de Azúa no es el columnista más representativo de la línea editorial de El País, y eso honra a ambos: al primero por su coraje y al segundo por su tolerancia.