Sobre “democracia e igualdad” en la empresa

Ante las recientes consideraciones de Thomas Piketty y Yolanda Díaz acerca de la igualdad social y la democratización de las empresas, quizás convendría aportar algunas reflexiones sobre asunto tan importante.

Es de sobra conocido que el desarrollo económico de un país, inmerso en una economía competitiva de libre mercado, está muy ligado a la fortaleza, calidad y magnitud de sus empresas, así como a la tecnología, economía y empleo que generan, características empresariales que a su vez están muy determinadas por la calidad y magnitud del empresariado del país.

Tradicionalmente el empresariado ha tenido una actitud conservadora y los partidos y sindicatos considerados progresistas han tenido a los empresarios como sus enemigos naturales a combatir y a las empresas como lugar de explotación de los trabajadores y ámbito preferente en el que ventilar los conflictos de clase, actitud que, en general, han compartido ampliamente los propios trabajadores, obviamente en muchísimos casos con total justificación.

Sin embargo estas actitudes de empresarios por un lado y trabajadores por otro, acompañados estos por sindicatos y partidos de izquierdas, no tienen que ser inevitablemente así, ya que las modernas teorías de administración y dirección de empresas contemplan como elementos esenciales para lograr el éxito empresarial, valores tales como la motivación y participación de los trabajadores, la comunicación más completa posible, el autocontrol, el trabajo en equipo, la cooperación, la cultura compartida y tantos otros conceptos de progreso empresarial, con los que se persigue crear en la empresa un clima laboral apacible y con la máxima identificación de los trabajadores con la empresa y sus objetivos, lo que se ha demostrado imprescindible para lograr una buena calidad del producto/servicio ofrecido y favorecer por lo tanto la posición competitiva de las empresas.

En el fondo, estos principios deben contribuir a crear un clima mucho más participativo e integrador respecto a los diversos colectivos que constituyen la empresa y generar por lo tanto unas relaciones internas más confortables y útiles para la propia empresa que sin duda se trasladarán al exterior como una forma de ser de la misma.

El éxito o fracaso de la implantación en la empresa de la cultura anteriormente expuesta, que derivará inevitablemente en una ética empresarial acorde con los valores sociales que resulta esencial extender en la sociedad, dependerá en gran medida de la cultura y talante del empresario, que a su vez los transmitirá a su cadena de mando y por lo tanto serán valores que penetrarán en toda la estructura empresarial.

De acuerdo con lo anterior, resulta razonablemente evidente la necesidad de contar con un empresariado y un colectivo de gestores de alta dirección que asuman sinceramente la cultura de progreso empresarial anteriormente expuesta, que permita potenciar los valores mencionados en las empresas haciéndolas a su vez más confortables, eficaces y en donde la responsabilidad ética socio-empresarial sea una realidad globalmente asumida, sabiendo que esto contribuirá a su vez a la mejora de la eficiencia empresarial y de la posición competitiva de la empresa.

En España no hay tradición de cultura empresarial de estas características, que en gran medida se podría considerar que contienen un sesgo socialdemócrata, dicho esto sin ánimo dogmático ni sectario, porque sin duda puede haber empresarios conservadores que participen de estos principios.

La realidad es que el empresariado en España ha sido, en general, no suficientemente comprendido por los partidos que se han reclamado de izquierdas, los cuales, como se ha indicado anteriormente, han considerado tradicionalmente, al menos en teoría, al empresariado como el enemigo de clase al que combatir, y a la empresa el lugar en el que ventilar los conflictos de clase y por lo tanto no se ha impulsado por ellos una cultura empresarial de colaboración y participación creativa y constructiva de trabajadores y empresarios.

Este clima de cooperación y entendimiento no se ha producido ni siquiera en las empresas públicas con mayoría accionarial del Estado.

Así pues, para conseguir una eficaz cooperación de todos los estamentos de la empresa se requiere un cambio cultural en todos los integrantes de esos diversos estamentos, a saber, trabajadores, mandos intermedios, ejecutivos y alta dirección, y muy esencialmente, empresarios y consejos de administración, inclusive juntas de accionistas. Obviamente se requiere también un cambio cultural en el sentido indicado de los sindicatos representativos de los trabajadores.

Por consiguiente, Trabajadores, Sindicatos, Personal Directivo y Empresarios deben adecuar su comportamiento integral a la consecución del clima ideal en la empresa, lo que cada uno de esos colectivos debe analizar para encontrar la mejor forma de concurrencia entre ellos para alcanzar el fin propuesto.

Este cambio cultural es más fácil ir implantándolo en las empresas públicas si hay voluntad para ello.

Para hacerlo efectivo en las empresas privadas es absolutamente necesario que los empresarios sean los primeros en considerar que su empresa irá mejor si los trabajadores de la misma se sienten plenamente integrados, participando adecuadamente en la estrategia y operativa general de la empresa.

Obviamente esta cultura participativa genera inevitablemente un proceso equilibrado de consecución del mayor y mejor grado posible de “igualdad y democracia” en el interior de las empresas.

En definitiva, son muy necesarios este tipo de empresarios, sin los cuales es imposible implantar una gestión integradora y cooperativa en las empresas.

Experiencias como las de empresas cooperativas alemanas, suecas, finlandesas e inclusive en nuestro País Vasco, son suficientemente elocuentes para darse cuenta de que una empresa participativa e integradora es mucho más eficiente y competitiva, porque todo su personal opera en la misma dirección y, sobretodo, la empresa se convierte en un lugar adecuado para el equilibrio y realización profesional de sus miembros. Pero esto requiere disponer de un empresariado y unos equipos de alta dirección perfectamente identificados con estos principios.

No creo que fuese inoportuno que los empresarios y personal de alta dirección que en estos momentos participen de estas ideas, trataran de agruparse y constituir un colectivo que, implantando esta cultura en sus empresas, se relacionasen entre sí y propendieran a extender esa cultura por todo el tejido empresarial español, lo que sin duda redundaría en un enorme beneficio empresarial y social para España.

Lo normal es que también se relacionasen con sus homólogos europeos, lo que contribuiría a extender esa cultura empresarial participativa e integradora por Europa, lo que no sería más que un segundo paso hacia la universalización de estos conceptos, cambiando el paradigma empresarial actual hacia una cooperación competitiva y estimulante para un desarrollo equilibrado global.

Miguel Ángel Derqui

Ingeniero Industrial 

Miembro de Consenso y Regeneración

 

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