Votar o no votar, esa es la cuestión

Vivimos en una sociedad de ciudadanos exigentes y escasa responsabilidad. Lo queremos todo, ahora, y sin esfuerzo. A la carta. Sin pasar por caja. Gentío exigente que a cualquier adversidad reacciona como niño consentido y nula capacidad para encajar la frustración y asumir su responsabilidad.

No nos ayuda nuestra clase política empeñada en negar cada día la tarea para la que ha sido contratada: el bien social, no el suyo. Es una evidencia dolorosa, y cuesta asumir que se ha convertido en el peor problema de nuestras vidas. Quienes habrían de cuidar de nuestra nave para llegar a buen puerto, la están poniendo en grave riesgo. Lo sabemos, lo sufrimos, pero últimamente, además, lo consentimos. Y aparecen los latiguillos al uso: “todos los políticos son iguales”, “los partidos son una agencia de colocación”, “el gobierno social-comunista, los independentistas, los oportunistas, la ultraderecha, el populismo…”

Etiquetas, mantras, evidencias, coartadas. El mundo no es un lugar seguro, ni perfecto. Depende de nosotros, de cada uno de nosotros hacerlo habitable, que no perfecto. Quizás el peor de los errores o la peor de la disculpas para desentenderse de la responsabilidad que le toca, es exigir entre la perfección o la nada. Pura quimera, sólo podemos poner nuestro empeño en el bien absoluto para alcanzar el posible. Lo cual no debe ser disculpa para justificar no hacer nada, o acomodarse a la imperfección para obtener ventajas sin esfuerzo.

Bajando al barro. Los políticos que nos ha tocado sufrir están poniendo en grave riesgo la paz social porque están avivando los peores demonios que incendiaron la Europa de nuestros abuelos. Vieja cantinela la marca territorial. Romper fronteras para levantar otras. Con las mismas mentiras, con idénticas zanjas de sangre y sufrimiento. España, de nuevo cuestionada. Y con ella los derechos de unos por el abuso de otros.

Las elecciones catalanas del 14-F asustan. Los instigadores del 1.O amenazan con lenguaje democrático, acciones supremacistas. El fanatismo está tan interiorizado, que las emociones tóxicas que inyectan cada día los clérigos de la identidad desde TV3 y demás terminales del régimen, vendan ojos y conciencias. La ceguera es colectiva y la muchedumbre solo chusma incapacitada para ponerse en el lugar del otro, o simplemente para respetar la ley. Están envalentonados. No tienen la culpa ellos, sino el gobierno de España, los medios y los Jueces que han permitido el abuso. Todos los niños consentidos nacen del mismo error.

Hemos llegado a un punto de no retorno. Los políticos nos han abandonado, el gobierno es nuestro enemigo, y los jueces están sitiados. Perdida toda esperanza en la clase política, sólo nos queda nuestra propia fuerza. La de la gente corriente, que tiene en su mano quitar y poner con su voto al menos malo. No se pongan estupendos. Al menos malo. Así de duro es el presente.

Vamos a ello, ¿y quién es el menos malo? El voto. Cada cual sabrá, pero sólo nos queda votar. No abstenerse. No votar en blanco. No votar voto nulo para darse el gustazo. ¡Votar! Votar a los “nuestros”. Sí, a los nuestros. ¡Qué horrible suena eso de a los “suyos”, de los “nuestros”! Es la antesala de la guerra, y en la guerra ya no puedes huir de la responsabilidad. Ni de la responsabilidad y ni del deber. Están en juego tus derechos, y los derechos de cuanto te constituye. ¿Es preciso nombrarlos? Tú Estado de derecho, tu nación de libres e iguales, tu lengua y tu cultura, no la tuya en particular, sino la lengua de todos, incluidos aquellos que la tienen distinta a la tuya. Por eso somos una nación democrática y no una supremacista.

Por eso, el día 14-F hemos de votar a cualquier partido constitucionalista que represente esos valores. Cualquiera. No hacerlo, no sólo dejas al enemigo (lo de adversario lo dejo para los equidistantes que aún no se han dado cuenta que de frente tenemos puro racismo cultural), no sólo dejas al enemigo – repito – , seguir maltratándote, despojándote de tus derechos impunemente, sino el camino libre para volver a gobernarte. Y eso – no te quejes después- es tú ruina y la nuestra.

Como ejemplo. Pertenezco a un partido que ha renunciado a presentarse a las elecciones a pesar de estar convencido de que es un espacio electoral que debe ser cubierto para recuperar a la izquierda para la causa de España como espacio del bien común, dCIDE (Centro Izquierda de España). Lo hemos hecho convencidos del riesgo que corremos por nuestra escasa fuerza electoral. Arriesgarse a desperdiciar votos por no alcanzar representación, cuando pueden ser vitales en el recuento final, no es la mejor opción. Ni un sacrificio, es la determinación de un grupo de ciudadanos dispuestos a dejar de lado las veleidades particulares para sumarse a quienes forman parte de esa España de iguales, de ese Estado Social de Derecho y de esa Constitución del 78 que los neofascistas posmodernos del S.XXI quieren romper.

No importa a quién votes, importa que votes. Os doy mi palabra que tendría reproches para todos y cada uno de los partidos constitucionalistas que se presentan a las elecciones. No voy a hacer ninguno. Porque el 14 de Febrero no es importante el ombligo de ninguno, sino el bien común de todos.

PD: Tiempo habrá de señalar errores, hacer reproches, analizar estrategias o apoyar comportamientos. En otra ocasión. El único fin de este texto era reflexionar sobre nuestra responsabilidad cívica ante el voto. Foto: Cristina Casanova.

Artículo de Antonio Robles publicado en elCatalán.es

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