Y una vez construido el marco, a Putin solo le faltaba pintar el cuadro, es decir, utilizar toda la potencia de este aparato mundial de propaganda para desestabilizar, enfrentar y confundir a sus enemigos propiciando la aparición y/o el crecimiento de movimientos de carácter nacionalpopulista que cuestionasen desde dentro sus democracias en el punto en el que estas son más débiles, el momento electoral. Movimientos y candidatos que de alcanzar el poder se convertirían en aliados de Moscú por los favores debidos, y que de no triunfar, al menos habrían desestabilizado a occidente lo suficiente como para permitir a Rusia agrandar su influencia.