No sé si es porque me hago viejo o porque ya estoy curado de espanto con los políticos, el caso es que tengo la sensación de que hasta el cabo furriel de la batería en la que me tocó hacer la mili allá por los años crepusculares del franquismo, tenía más nociones de economía que la vicepresidenta Yolanda Díaz. Ésta ha dado en los últimos días sobradas muestras de su ignorancia en la materia cuando ha propuesto aplicar a los alimentos un tope inspirado en el del gas porque «nada hay que tensione más la vida de la gente que no poder hacer la cesta de la compra». Y para solucionar esa angustia no se le ha ocurrido mejor idea que fijar los precios de veinte o treinta productos a través de un acuerdo entre la patronal de la distribución y las asociaciones de consumidores. A esta señora, al parecer nadie le ha explicado que la suya es una mala idea de la que, sin duda, saldrán perjudicados los compradores, a cuya costa engordarán los ingresos de los supermercados más eficientes, mientras los productores agrarios se quedarán a dos velas.